El
Federico.
En verano por la noche,
cuando refrescaba, las vecinas nos sentábamos en la puerta de las casas. A mi
puerta venían las vecinas con sus sillas. Mi madre ponía el búcaro al lado del
poyete y de vez en cuando alguna echaba un traguito. Mientras los niños y niñas
correteábamos por las calles jugando al esconder, a la comba, a los cromos o a
la lima. La mayoría de los hombres estaban en el bar.
Francisca llegó con su
silla y venía un poco alborotada, nos dijo:
─Mañana dice mi marido
que viene el Federico.
Algunas pensaron que el
Federico sería un compañero de la mili del marido o alguien que quería hacer
obra en su casa, ya que su marido era albañil. Otras más cotillas preguntaron.
─¿Quién es el
Federico?
─Resulta que mañana es
nuestro aniversario de boda y mi marido ha ido a “Casa de Pachico” y ha
comprado un aparato de esos nuevos que sirven para enfrían y guardar las cosas
“un Federico”.
─¡Ah! tú quieres decir
que habéis comprado un frigorífico.
─¡Eso un Federico!
Francisca se murió sin
aprender a decir frigorífico.
Y es que los que
nacimos sobre los años 50 hemos visto el cambio de la revolución de las nuevas
tecnologías. Antes que no había frigoríficos las madres compraban un trozo de
barra de hielo y la ponían en un barreño. Tapaban la barra con un saco para que
tardara en derretirse y allí ponían las bebidas. Al principio venían
vendiéndolo en un carro y luego en camiones,
Más tarde llegaron las
neveras que se ponía el hielo arriba y poco a poco se derretía y con las gotas
de agua se enfriaban las bebidas. Tenían un cajón debajo para recoger esa agua.
Pero la revolución la
trajo el frigorífico. También la trajo el que pudieras ir pagándolo poco a poco
en las tiendas de electrodomésticos que había en nuestro pueblo. No se firmaban
letras sino que se iba todos los meses y en un papel te apuntaban lo que ibas
entregando. Eso hizo que muchas personas se pudieran comprar la lavadora, el
frigorífico y más tarde el televisor.
Yo os tengo que decir
que mis muebles, cuando me casé, nos los compramos con este sistema.
Antes las mujeres iban
a la plaza a comprar a diario ya que no se podían conservar las carnes y el
pescado. Llegaban al puesto de la plaza y allí mismo te mataban el conejo o el
pollo. Mi madre lo compraba grande porque decía que había que aprovechar el
guiso. Ella lo pedía que se lo cortaran en trozos pequeños y lo guisaba entero,
el pollo o el conejo, luego sacaba la mitad y lo hacía con arroz y la otra
mitad con tomate, eso sí un par de trozos de carne para cada uno y ¡como era
normal! para mi padre un poco más. Antiguamente no sobraba comida y si sobraba
algo había que comérselo al día siguiente. Si sobraban lentejas o chicharos se
les añadía un par de puñados de arroz y ya estaba solucionado el almuerzo.
Con la llegada del
frigorífico se iba a la plaza cada dos o tres días, ya que se podía guardar y
conservar los productos.
Me ha gustado leerte Lola. Yo también tengo algunos recuerdos parecidos pero al Federico no le conocí. Saludos.
ResponderEliminar