miércoles, 29 de julio de 2015

Historia del frigorífico



El Federico.

En verano por la noche, cuando refrescaba, las vecinas nos sentábamos en la puerta de las casas. A mi puerta venían las vecinas con sus sillas. Mi madre ponía el búcaro al lado del poyete y de vez en cuando alguna echaba un traguito. Mientras los niños y niñas correteábamos por las calles jugando al esconder, a la comba, a los cromos o a la lima. La mayoría de los hombres estaban en el bar.
Francisca llegó con su silla y venía un poco alborotada, nos dijo:
      ─Mañana dice mi marido que viene el Federico.
Algunas pensaron que el Federico sería un compañero de la mili del marido o alguien que quería hacer obra en su casa, ya que su marido era albañil. Otras más cotillas preguntaron.
     ─¿Quién es el Federico?
     ─Resulta que mañana es nuestro aniversario de boda y mi marido ha ido a “Casa de Pachico” y ha comprado un aparato de esos nuevos que sirven para enfrían y guardar las cosas “un Federico”.
     ─¡Ah! tú quieres decir que habéis comprado un frigorífico.
     ─¡Eso un Federico!
Francisca se murió sin aprender a decir frigorífico.
Y es que los que nacimos sobre los años 50 hemos visto el cambio de la revolución de las nuevas tecnologías. Antes que no había frigoríficos las madres compraban un trozo de barra de hielo y la ponían en un barreño. Tapaban la barra con un saco para que tardara en derretirse y allí ponían las bebidas. Al principio venían vendiéndolo en un carro y luego en camiones,
Más tarde llegaron las neveras que se ponía el hielo arriba y poco a poco se derretía y con las gotas de agua se enfriaban las bebidas. Tenían un cajón debajo para recoger esa agua.
Pero la revolución la trajo el frigorífico. También la trajo el que pudieras ir pagándolo poco a poco en las tiendas de electrodomésticos que había en nuestro pueblo. No se firmaban letras sino que se iba todos los meses y en un papel te apuntaban lo que ibas entregando. Eso hizo que muchas personas se pudieran comprar la lavadora, el frigorífico y más tarde el televisor.
Yo os tengo que decir que mis muebles, cuando me casé, nos los compramos con este sistema.
Antes las mujeres iban a la plaza a comprar a diario ya que no se podían conservar las carnes y el pescado. Llegaban al puesto de la plaza y allí mismo te mataban el conejo o el pollo. Mi madre lo compraba grande porque decía que había que aprovechar el guiso. Ella lo pedía que se lo cortaran en trozos pequeños y lo guisaba entero, el pollo o el conejo, luego sacaba la mitad y lo hacía con arroz y la otra mitad con tomate, eso sí un par de trozos de carne para cada uno y ¡como era normal! para mi padre un poco más. Antiguamente no sobraba comida y si sobraba algo había que comérselo al día siguiente. Si sobraban lentejas o chicharos se les añadía un par de puñados de arroz y ya estaba solucionado el almuerzo.
Con la llegada del frigorífico se iba a la plaza cada dos o tres días, ya que se podía guardar y conservar los productos.




1 comentario:

  1. Me ha gustado leerte Lola. Yo también tengo algunos recuerdos parecidos pero al Federico no le conocí. Saludos.

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