El
Economato.
Una historia personal.
Una historia personal.
Mis padres eran
comerciantes, tenían un puesto en la plaza de abastos. A
principios de 1960 llamaron a mi padre a la fábrica de Textiles del
Sur. Tenían un Economato y le propusieron que se hiciera cargo de él. Mi padre
aceptó encantado. No tenía que pagar alquiler ni luz, así que la condición era
que los productos tenían que costar más baratos que en los comercios de Dos
Hermanas. Allí sólo comprarían las personas que trabajaban en la fábrica. Se
abría a las 6,30 de la mañana ya que había tres turnos de 7 a 3, de 3 a 22, y
de 22 a 7 de la mañana. También había un turno fijo de 8 a 17 de la tarde.
Él cerraría cuando saliera el último turno que era a las 11 de la noche.
Dentro de la
fábrica vivían los porteros José y Rafaela. Con ellos vivía su hija Paqui y su
hijo Pepe. Paquita era viuda.
En las huertas vivían José Muñoz y María de la
Haza Moreno, con sus hijos. Dolores, Pepe, Juan, Mari, Antonio, Enrique y Paqui
Muñoz de la Haza. José era el maestro del taller mecánico.
En otra casa
vivía la familia de José Mª Massón Casullera, era el maestro de los telares. Tenía un hijo que se
llamaba José Mª. Eran catalanes.
Al lado de la
fábrica había dos casas, en una vivía el director D. Antonio Fernández Carvajal que tenía 2 hijos
varones. Eran de Madrid.
Al lado vivía D. Juan Agut Freisa con su esposa y su hijo Juan Agut Traver que también trabajaba en la fábrica, era otro de los
directivos y eran catalanes.
Durante
un
tiempo estaba situado en el interior de la fábrica, pero cuando se
produjo el
incendio en 1962 lo trasladaron a una sala que estaba pegada al Palacio de
Alpériz
y con una puerta que daba a la carretera. Ya aquí sí podían comprar
todas las
personas que quisieran. Yo me iba con mi padre para ayudarle y luego
antes de
las 10 me iba al colegio de la Almona (José Antonio Primo de Rivera).
Por el
verano me iba todo el día y me lo pasaba fenomenal. Teníamos una ventana
que
daba al recreo del Palacio de Alpériz. En aquella época había niñas y
niños
internos cuyos padres estaban ingresados en el Tomillar o bien eran
huérfanos.
Me pedían caramelos, chocolates, galletas y charlábamos de muchas cosas
que le
habían pasado. Algunas siempre estaban tristes porque no recibían
visitas y no
tenían noticias de sus padres. Yo ponía la radio y bailábamos. Las
monjas le encargaba a mi padre los chicharos, las lentejas..., y yo se
las llevaba, luego me quedaba en el recreo a jugar con las niñas y los
niños.
Mi
padre se rompió un brazo y como no quería que yo cortara la chacina con el
cuchillo por miedo a que me cortara, yo tenía unos 11 años, compró una máquina
para cortarlas y por las mañanas a las 6,30 ya estaba yo cortando chorizo,
salchichón y mortadela, para preparar los bocadillos de la gente que entraban a
trabajar en la fábrica de Yute y de las personas que
trabajaban en los Lobillos, León y Cos y algunos almacenes más. Comprábamos el
pan en la panadería del primito, esquina con la calle Real Utrera. Muchas veces
nos encontrábamos cerrado el paso a nivel porque era un tren de mercancías y
estaban cargando o descargando, por eso tardaban mucho en abrir la barrera. Más
de una vez nos dejaba cruzar la vía al final del tren otras veces mi padre le
dejaba la moto y el guarda nos abría la puerta de uno de los vagones y lo cruzábamos, ya que eran muchas las personas que tenían que ir a trabajar. A media
mañana mi padre iba por la moto a la casilla del guardabarrera. Cuando llegábamos al economato cortábamos las
chacinas y poníamos 3 montones con los bocadillos liados. Y 3 filas con
aguardiente; seco, dulce y coñac. Yo me sentaba en un banco alto, cerca de donde
estaban los botes de caramelos y allí tenía preparada una lista, a veces en vez
de nombres ponía los apodos e iba apuntando el bocadillo y la copa de anís o de
coñac que se tomaban. Las mujeres me encargaban “los mandaos”, productos que
querían que le preparáramos para la hora de salir a almorzar o al terminar su
turno de trabajo.
Apuntaba en el libro de las cuentas el importe
y nos pagaban por semana. Las trabajadoras de los almacenes nos solían pagar
por las tardes, que es cuando cobraban.
Yo
me iba al colegio y por la tarde cuando salía me marchaba al economato, allí
hacía los deberes. Durante las vacaciones estaba todo el día en la tienda.
A medio día poníamos 3 filas de
vinos; blanco, vino tinto y vino dulce. La gente se lo bebían y me
decían "Pilonguita apúntamelo."
Por las tardes de verano cogía un
cubo y lo llenaba de cervezas y refrescos bien fresquitos y los llevaba por las
naves, ya que algunos nos pedían un refresco o una cerveza para la merienda.
Muchas veces cuando me los encuentro se asombran de que recuerde sus nombres y
apellidos, y es que durante muchos años yo era la encargada de apuntarles “los mandaos”.
¿Habéis
visto que delante del peso hay un mantel con unas cartas? pues mi padre también
tenía un dominó. Por las tardes cuando terminaba los deberes, si hacía buen
tiempo nos sentábamos en la puerta del economato, mi padre sacaba una mesa
camilla, y si hacía mal tiempo nos sentábamos dentro, mi padre encendía la
copa de cisco, y me ponía a jugar con él y con algunos conocidos que venían a esperar a
su mujer, su novia o a su hija. ¡Cuántas veces le oí hablar de la mili, y de
sus travesuras cuando era niño! No nos íbamos hasta que no salía el turno de las
once de la noche. Muchas veces me quedaba dormida y cuando llegaba la gente a
recoger los encargos me despertaba.
Me
llamaba mucho la atención el bidón del aceite de oliva. Por las mañanas de
invierno teníamos que encender una copa de “cisco” para que se descongelara. El
aparato de cortar el bacalao me llamaba mucho la atención y siempre me decía mi
padre que no la tocara que era muy peligrosa. Mi padre una vez por semana iba
con la moto a Sevilla a “emplear” o sea a comprar productos para las tiendas y
más tarde el corsario se las traía.
A veces por las tardes me iba a
jugar con los niños que vivían en la Huerta de la fábrica. Paqui y Enrique.
También los hijos del director jugaban con nosotros. Corríamos a nuestras
anchas por el interior de la huerta llenas de naranjas mandarinas y me enseñaron a montar en bicicleta. La casa de los porteros José y Rafaela estaba
construida apoyada en uno de los laterales del “pararrayos”. Con ellos vivía su
hija Francisca que estaba viuda y su hijo Pepito. Cuando llovía nos íbamos a su
casa, nos sentábamos en el salón y oíamos cómo silbaban los rayos cuando caían
dentro de esa gran torre. José nos contaba muchas historias. Tengo buenos
recuerdos de esos años que pasé en la fábrica, aunque es verdad que trabajé
mucho.
A mi padre le gustaban mucho las
motos, al principio tenía una Guzi y más tarde se compró una Ducati, a veces cuando cerrábamos el economato, con los jóvenes de la fábrica que tenían moto se echaban una carrerita hasta
Alcalá de Guadaira. El último pagaba la convida. Cuando llegábamos al bar yo me
sentaba en una silla y me quedaba dormida, me despertaba el ruido de las motos
que se iban y me dejaban allí. Mi padre más de una vez llegó a mi casa y
entonces se daba cuenta de que yo no iba con él en la moto. Se esperaba antes
de abrir la puerta de mi casa porque sabía que seguro algunos de los compañeros
de carrera que iban con él me traían, y mi madre y yo nos enfadábamos mucho con
él.
En el economato mi padre tenía
mucho tiempo libre y los jóvenes querían que los enseñara a conducir la moto. Ponía los conos en un llano dentro de la fábrica, allí practicaban y cuando
estaban preparados los llevaba a examinarse con su moto al campo del Betis. El
examen teórico no era difícil sólo tenían que memorizar las señales de tráfico,
y saber firmar. A muchas personas yo les enseñé a firmar para poder sacarse el
ansiado carnet de conducir. Más tarde se compró un coche y comenzó a enseñarles
a conducir el coche y así poco a poco se fue metiendo en el mundo de la
autoescuela y en el año 1965 le propusieron poner la autoescuela, la idea le
gustó así que se asoció con Vicente Morales Castilla y como mi padre era
conocido por su apodo decidió añadirle al apellido de su socio su apodo y por
eso se llamaba Autoescuela Morales-Pilongo. La inauguraron en 1966. Estaba situada en la calle Santa
María Magdalena, justo al lado de la casa de socorro, fue la primera
autoescuela que se situó en la calle Santa María Magdalena, luego más tarde
pusieron otra autoescuela frente a la nuestra y mi padre y su socio decidieron comprar un local en la Bda. Del Rocío. Llegamos a tener cinco
autoescuelas, entre Dos Hermanas, Sevilla y Bellavista. Hoy en día seguimos
teniendo la Autoescuela Pilongo en la Calle Cristo de la Vera Cruz Nº 43.
Los
dueños de la Alquería del Pilar tenían una puerta que daba justo enfrente del
Economato y le dieron una llave a mi padre para que le abriera a los albañiles
porque iban a hacer una reforma en la casa. Luego le pidieron que le buscara un
jardinero, así que mi padre se lo dijo a mi abuelo Cristóbal y él fue durante
muchos años el jardinero de la Alquería del Pilar. Durante el verano a eso de
las doce de la mañana mi abuelo venía al Economato a tomarse un vino y mis
hermanas y yo nos íbamos con él a jugar dentro de la Alquería, a veces venían
mis primos. Mi abuelo llenaba “la ría” así llamaban a la zona donde hoy están
los patos y allí nos enseñamos a nadar. Luego cuando supimos nadar bien pasamos
a bañarnos a la alberca. La alquería me encantaba. Jugábamos al esconder por el
laberinto que estaba situado frente a la casa de Antonia Díaz o sea “el
castillito”, nos escondíamos tras las columnas donde había figuras de las
personas que habían participado en el descubrimiento de América, como Cristóbal
Colón, Américo Vespucio, Juan Díaz de Solís, Alonso de Ojeda, Juan de la Cosa y
Hernán Cortés. Allí pasábamos parte de la mañana o parte de la tarde.
Hay
algunas historias que son terroríficas y que han ocurrido en nuestra ciudad e
incluso han salido en los periódicos.
Os tengo que decir que esta historia que os
voy a contar le ha sucedido a muchas de las alumnas de la Casa de La Cultura.
Yo tuve noticia de este hecho por Chari una de las alumnas y me puse en
contacto con alguien que le gustaba mucho este tema de los fantasmas era Julio
Marvizón. Sí, aquél señor que nos daba las noticias del tiempo en el Canal Sur.
Yo lo conocía desde hacía tiempo incluso una vez
vino a radio realidad y lo entrevistaron aquí sobre los temas paranormales.
Pues cuando se lo conté vino con un amigo y traían un aparato para hacer
escuchas y grabaron voces de niños cantando y la voz de un hombre muy
autoritaria que les regañaba. Recuerdo que los hacía repetir las tablas de
multiplicar y ellos las decían cantando. No quisimos que esto se supiera para
que las personas que iban a la casa de la Cultura no tuvieran miedo, pero es
verdad que muchas noches las luces se encienden solas. Yo he estado en el curso
de pintura al óleo y de vez en cuando sientes frío, sobre todo en la zona donde
antiguamente estaba la iglesia del Palacio de San Luis.
Loly
López Guerrero.
Cómo me gustan tus historias y la manera de explicarlas tan llana.
ResponderEliminar